"La idea de fijar un idioma nace de la ingenua creencia en su insuperable perfección. Personas ansiosas y maravilladas instan a guardarlo en una vitrina a cubierto del polvo, alejado del riesgo callejero, del vulgo ignorante, de los escritores bárbaros e irrespetuosos" (...) Ernesto Sabato (Heterodoxia)

La vida contada por un antifijista

INTROITO (con perdón).

Aquella noche, cual Newton bajo manzano, me acodaba con una sospechosa fijeza en la barra de aquel bar. No quedaba ningún otro parroquiano en el local y el camarero ya había rebajado, por rozamiento, un milímetro el espesor de aquel vaso que se entretenía en abrillantar (cual mister Proper abocado a la tristeza). Su mirada enojada me sorprendía, como cada noche.
Un extraño problema de enfoque visual me hizo cerrar los ojos un momento y, como en un flash, todo se hizo claro. La barra era mi vida, hacia mi derecha e izquierda, algunos metros de mostrador enmarcaban el tiempo transcurrido, mi situación actual en el recorrido, y el tiempo que me faltaba por vivir. Miré desenfocadamente al camarero y creí ver un halo divino a su alrededor. Todo estaba claro: tenía ante mí mi propia vida. Un larguísimo camino me había traído hasta el bar, desde mi trabajo, y mi casa estaba también muy lejos. Mi continuidad radicaba en el camino infinito, inconsciente en su recorrido, del que provenía (llamémosle limbo) y también en el que me faltaba por recorrer aquella noche (más limbo). Mi vida consciente era la barra; muy pocos metros de una madera llena de golpes y quemaduras, que conformaba una discontinuidad entre dos caminos infinitos: ¡ todo estaba claro, yo era un ser discontinuo cuya continuidad se encontraba en la muerte!. Mi amigo Justerini me había abandonado, ante la macabra presencia del Sr. Brooks, que parecía mirarme desde el fondo del vaso, con una sonrisa de teclas rotas.
Dios (Pepe y su halo) me seguía mirando con cara de pocos amigos y el vaso, por fin, dio un chasquido al romperse. El cejijunto camarero me volvió a mirar con reproche mientras se chupaba el dedo, del que emanaba una pequeña gotita de sangre. Me retuve del impulso irreflexivo de comulgar un poco de aquella sangre sanadora, para evitar malas interpretaciones, y anonadado por mi descubrimiento, me puse a sollozar inconsolablemente. ¡Tenía cuatro metros de vida!
(continuará)

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Para mi que este señor estaba trompeta. ¿Cómo va a tener solo cuatro metros de vida? Yo he medido la mía y me dan por lo menos de seis a siete.
Así que desconfiemos.
Por otra parte el señor Papa, que eso sí es bastante fijista, dijo que lo del limbo era un rollo para asustar a pecadores. Así que la distancia hasta el bar, y de éste hacia la casa debía ser purgatorio no más. O como mucho vida placentaria.
Seamos serios.
El Sr. Brooks.

Anónimo dijo...

Ein?
Hay alguien ahí?
ssssssssssssssssssssss